El colectivo bajó derrapando de la autopista rumbo a su parada del Mercado Central.
Allí las viejas se pechaban para primerear las ofertas del día en los puestos de frutas y verduras. El sonido de la cumbia invadía el aire como un gas, el submundo del Mercado se abría paso en cada ventanilla.
Justo abajo mío, un grupo de pibes, no mayores de 10 años se disparaban con armas ficticias, fingían dolor y muerte. Era un entrenamiento?. Cosas conocidas? Suposiciones?
Mientras me llenaba la cabeza de boludeces; uno de ellos, el mayorcito, comienza a hacerme gestos con la mano como quién esta degollando a alguien. Me mira fijo. Creo que sabe que no soy de acá. Llevaba su dedo índice ida y vuelta de su cuello ante la carcajada de sus amiguitos.
Cuando, al fin!, el colectivo continuó con su recorrido habitual, el niño se me quedo mirando como asegurándose de que yo había entendido su mensaje.
Le sonreí con complicidad, con una mezcla de ternura y picardía. Sin mala leche.
El pibe bajó la mirada, como con vergüenza supongo. Salió corriendo detrás de una pelota que llegó de la nada.
Volvió a ser niño otra vez.
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