domingo, septiembre 24, 2006

PERO REAL



LAS PALOMAS DEL LOCO

Cuando conocí a Carlos fue a la semana de llegar a Montevideo en un trabajo que conseguí por casualidad. El primer día me recibió él con su traje arrugado, sus bigotes caídos y los pocos pelos que le quedaban despeinados eternamente, como si tuviera un ventilador portátil que lo condenaba a la desprolijidad.
-Yo soy “el loco”- me dijo a manera de presentación.
Jamás fuimos amigos pero compartimos momentos inolvidables juntos, cada vez que salíamos nos divertíamos muchísimo. Innumerables vasos de whisky desfilaban frente a nosotros noche a noche sin que nos diéramos cuenta. A menudo teníamos como acompañante a una chica con la que se acostaba, una compañera de trabajo que no era linda pero que tampoco pedía nada a cambio de un momento íntimo. Además no complicaba en absoluto su vida matrimonial.
Una tarde estábamos en el trabajo y se sirvió un whisky en vaso de trago largo, poco más que doble ( a los que solía llamar “faroles”) me ofreció uno pero la resaca de la noche anterior me impidió aceptar. Tomó dos tragos y se agarró con ambas manos el pecho, su cara era una mezcla de pánico y preocupación. Me pidió que lo acompañe a las oficinas de arriba donde no había nadie porque se sentía mal y como nunca lo había visto así me preocupé y lo seguí. Antes de llegar cayó pesadamente al piso y sólo alcancé a amortiguar el golpe.
-Se me parte el pecho, flaco!- me dijo.
Llamé de inmediato a la coronaria y cuando volví me di cuenta que había vomitado. Me agaché a su lado y volvió a hacerlo. Minutos después llegaron los médicos que lucharon casi dos horas con él. Uno de ellos mencionó que conocía el caso de Carlos, que hacía cinco años tenía un marcapasos y que hacía más de seis meses que no hacía control.
Jamás me voy a olvidar cuando sus ojos envueltos en un rostro sin color me miraron fijo: “se acabó la joda, flaco, me voy.” Y así lo hizo, delante mío.
Dejé a los médicos con el cuerpo de “el loco”, bajé las escaleras y cuando llegué a la mesa me topé con el farol de whisky y lo tiré en el baño. Me sentía mal y decidí salir a tomar aire.
Cuando estuve afuera se me acercó una mujer con dos niñas.
-Vos sos Juan Pablo, verdad?-. Respondí con la cabeza y me di cuenta de inmediato que se trataba de la mujer de Carlos y sus dos pequeñas hijas, para mí desconocidas. Uno de los médicos la había llamado para que viniera antes de la muerte de su marido. Mi cara no necesitaba palabras, nos miramos a los ojos y comenzamos a llorar abrazados. Sentí una impotencia terrible y odié al loco y a su egoísmo más que a nada en el mundo. Se suicidó a largo plazo.
Las niñas me miraban con ojos de palomas. De palomas huérfanas, claro.



JUAN P SOUTO
MONTEVIDEO, 1992

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